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viernes, 2 de abril de 2010

Artículos propios : Charada, en la ciudad de la luz y los sueños.


Desde el hotel de la Rue des Ecoles al guiñol del jardín de los Champs-Elysées, pasando deprisa por el mercado filatélico de Carré Marigny y repostando en Le Cochon à L´Oreille de Montmartre, un recorrido por el París de Audrey Hepburn y Givenchy es delicadeza pura. París, ciudad cinematográfica como pocas, almibarada por las incipientes canas de Cary Grant y la sonrisa fresca de Hepburn; tuvo un momento de gloria elegante cuando Stanley Donen decidió que The Unsuspecting Wife era un gran argumento para ponerse manos a la obra. Ver a Walter Matthau descorchando con impecable precisión un chateau y a George Kennedy resbalando por los inclinados tejados de un edificio cualquiera del Barrio Latino son adornos emblemáticos del sabroso gusto por la elegancia que derrocha Charada. Es más difícil vestir a una gran actriz que desnudarla. El modisto de Beauvais, Hubert de Givenchy, portento inspirado por Oxum, tapizó con bendita galanura a Regina Lampert, la esposa desconcertada, la mujer ideal para hacer del París cinematográfico algo más que una localización de exteriores.
El pelo recogido de Audrey Hepburn, que juega al compincheo con el espectador, mostrándonos su fino cuello y esos pendientes de perla redonda tan femeninos, sirve de hidalgo escudero a la fábrica del glamour.
Cena sobre el Sena, paseo por su ribera, bolas de helado de vanille y chocolat, rojo pasión y quién sabe si dos copas de Amer Picon. Pura esencia de París.
Con Charada, la luz y los sueños se mezclan, creando una ciudad tocada por el maravilloso perfume del amor eterno.
Y Regina Lampert se convierte en la maniquí animada de las más vergonzosas fantasías que todos los hombres llevamos dentro, colgadas del gancho de nuestra naturaleza.
París bien vale una Regina.

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