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lunes, 8 de junio de 2009

LA BELLE ET LA BÉTE.


Puede hablarse del realizador, pintor, guionista, dramaturgo y poeta francés Jean Cocteau cómo el mejor retratista de universos mágicos en la historia del cine. La Belle et la Béte, obra literaria de Jeanne Marie Leprince de Beaumont, es un relato onírico, en donde la fealdad se contrapone a la maldad, reivindicando la condición honesta de quienes no han sido gratificados físicamente por la naturaleza. Cocteau, escoltado por el también director René Clement, elaboró un paisaje visual repleto de simbología, recalcitrante en detalles y nebulosas. La historia que nos traslada incide en el clásico de Leprince de Beaumont añadiéndo un misticismo surrealista.
Un mercader viudo al cargo de tres hijas y un vástago pendenciero y perezoso, ve peligrar el patrimonio familiar cuando las deudas contraídas comienzan a resultar insalvables. Una de sus hijas, su preferida; Bella (Josette Day) sufre el continuo menosprecio de las otras hermanas, a las que sirve cómo si fuera una criada. Una noche, tras regresar del puerto, el comerciante se extravía en el bosque, yendo a parar a la fortaleza de un horripilante ser con salvaje apariencia que le reprende cuando descubre al hombre arrancando una rosa de su jardín. La bestia le condena a muerte en pago a su osadía. A cambio de salvarle del castigo, el montaraz ser le ofrece la posibilidad de retornar a casa y enviar en su lugar a una de las hijas. Bella, enterada, se ofrece de inmediato para ocupar el puesto de su padre. A partir del encuentro de la angelical muchacha y el monstruo surgirá la posibilidad de encauzar la maltrecha economía familiar, aunque sea a costa de la vida del malcarado individuo.
Cocteau adorna su relato con poesía, llenando de prolijidades cada escena, cómo cuando adorna los pasillos del castillo con candelabros sujetados por brazos humanos móviles. De idéntico modo, maquilla al personaje femenino protagonista con vaporosas prendas nocturnas y luminosos vestidos diurnos. Lucién Carré y René Moulaert aportan unos excelsos decorados llenos de boato, que se unen a la impactante fuerza visual que esgrimen los personajes incorporados a la chimenea cómo efigies pétreas que cobran vida en momentos puntuales, ó al cupido justiciero que ejecuta el desenlace final,( se intuyen con claridad ciertas referencias de los geniales responsables del decorado a la obra del grabador francés Gustave Doré).
El cuento de hadas se llena de acidez a costa de sentimientos negativos que se desprenden de la perversa condición humana que demuestran Felicie (Mila Parely) y Adelaide (Nane Germon), aunque recobra su dulzura sucinta gracias al impecable estilo interpretativo de la guapa actriz parisina Josette Day.
También Jean Marais, amante de Cocteau (se conocieron durante el rodaje de esta película); aporta a la historia un rigor especial, interpretando hasta tres personajes diferentes, entre ellos el de La Bestia.
La música del laudable Georges Auric baña las imágenes de una centrífuga calidez, contribuyendo en gran medida a crear un acertado ritmo narrativo.
Incluso en las escenas en las que el guión incita al espectáculo efectista, cómo el vuelo final de los enamorados ó las migraciones espaciales de la protagonista con el mágico poder del guante; Cocteau se muestra inteligente, sin caer en excesos que hubieran quebrantado el sentido mágico de la historia.
Pura poesía concebida en imágenes, trono del surrealismo cinematográfico.

LA BELLE ET LA BÉTE (1946). Dirección : Jean Cocteau y René Clement. Guión, diálogos e historia : Jean Cocteau, basado en la obra literaria homónima de Jeanne Marie Leprince de Beaumont. Producción : André Paulvé. Música : Georges Auric. Fotografía : Henri Alekan. Montaje : Claude Ibéria. Decorados : Lucién Carré y René Moulaert. Vestuario : Antonio Castillo, Marcel Escoffier, Pierre Cardin y Christian Berard. Intérpretes : Jean Marais, Josette Day, Mila Parely, Nane Germon, Michel Auclair, Marcel André y Raoul Marco. 96´Blanco y Negro. Francia. DisCina.
Fotografía : La Bella (Josette Day), un rostro lleno de luz.

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